Ensanchar la digitalización: una vía para lograr una ciudadanía — de verdad — digital

Este artículo forma parte del informe “Tendencias digitales 2024 para el crecimiento de la pyme”.

Confieso que con este tipo de artículos uno siempre tiene la tentación de querer ser vanguardia; de irse a lo más rompedor, a lo novísimo. Marcar tendencia. La conexión continua, la proliferación de fuentes informativas… Todo contribuye a cierta presión por lo último que convierte cada lanzamiento o avance tecnológico en un acontecimiento singular. Fenómenos que, como si fuesen un ave fénix, emergen, deslumbran con sus llamaradas y desaparecen. Hasta que pasa un tiempo. A la receta suma tecnología, innovación y, claro, inteligencia artificial. Un ave fénix constante.

Durante mucho tiempo — y todavía hoy — , la innovación, lo digital y la tecnología parecían tener un rumbo: lineal, celerísimo. Sin volver la vista. El trancón de la pandemia resituó a la fuerza supuestos ideales como el de la disrupción; de cúspide de la innovación a su significado genuino: “rotura o interrupción brusca”. La irrupción doméstica e imparable ofimatización de la inteligencia artificial vuelve a poner la digitalización frente al espejo y nos recuerda lo más importante: ¿dónde quedan las personas?

Después de un intenso año de ChatGPT y allegados tenemos mucho más claros varios qué, menos para qué y no pocas incógnitas con para quiénes en esta nueva ola digitalizadora. Herramientas aparte, asistimos a una reconfiguración y salto cualitativo de lo que Nick Srnicek denomina estrato digital; esa infraestructura basada en datos sobre la que se construyen productos, servicios; pero también relaciones, disfrute y proyectos de vida. El interrogante ineludible es cómo contribuir a que resulte lo más inclusivo posible.

La regulación, cada vez más detallada, obliga. Iniciativas como la Década Digital de Europa invitan. Y luego el convencimiento particular de que se puede apostar por el futuro sin desatender el presente. Lo digital, sus oportunidades y desafíos, no existe extramuros. Son parte de nuestro momento; tienen contexto.

Contar con instrumentos y recursos para leer bien cada momento es fundamental si queremos incorporar de forma real y no cosmética cuestiones como la diversidad o la brecha urbano-rural. También para activar las palancas adecuadas. Con el Índice de Economía y Sociedad Digital (DESI, por sus siglas en inglés) de la Comisión Europea en la mano se puede comprobar que el 92,94% de la población española entre 16 y 74 años usa internet (datos de 2022). Por encima de la media de la Unión Europea (88,59%) y a relativa distancia del primero (Dinamarca, 96,44%). En 2019, con datos de 2018, y antes de la pandemia, el porcentaje era del 82,51%. Algo más de diez puntos porcentuales por detrás.

La brecha digital, sin embargo, es una brecha de brechas. El acceso solo es una de sus dimensiones. En términos generales, cada vez más personas están, de una forma u otra, en internet. Saber para qué, cómo aprovecharlo y crear oportunidades digitales es otra cuestión. Mismo índice: 64,1% de la población cuenta con “al menos competencias digitales básicas” en 2023; el 38,06% con competencias “por encima de las digitales básicas”. Mejor que la media europea en cualquier caso, un 26,46%.

Profundizar en esta realidad es una manera de reconocer, asumir y responsabilizarnos de la complejidad colectiva actual. Como organizaciones y ciudadanía. La dimensión pública adquirida por la IA suma nuevas variables al reto de la alfabetización. Digital, pero también algorítmica. Es otra de las paradojas del momento: cuanto más transparente, y fácil, es nuestra relación con tecnologías avanzadas como los grandes modelos de lenguaje, mayor debe ser el compromiso por explicar y comprender lo que ocurre detrás del cajetín; sobre todo si no queremos seguir ampliando la distancia entre quienes hacen tecnología y quienes la usan.

De ahí la defensa de una digitalización ancha, que atienda tanto a las diferentes realidades empresariales como sociales, con foco en los grupos más vulnerables. Del mismo modo que se presupone que todo tipo de trabajadores deberán contar con ciertas competencias IA en su haber y algunas compañías esbozan cómo inventar nuevas aceleradoras de conocimiento, necesitamos cuestionarnos cómo replicar modelos similares entre la ciudadanía.

A esto me refiero con la idea de ensanchar la digitalización. Se trata de hacer espacio, crear entornos seguros de forma que no solo una persona se incorpore de forma puntual (aprendo una herramienta), sino que se cuestione cómo funciona, descubra de forma autónoma nuevos usos aprovechando la reducción de las barreras de entrada y, no menos importante, se plantee cuándo quizá no necesite una solución digital.

Servicios por y para la ciudadanía

Impulsar esta universalización implicar extender el conocimiento sobre asuntos como la ciberseguridad, el diseño responsable y la propia política económica digital. Pero sobre todo, hacer lo digital más claro y llevarlo hasta donde lo necesite la ciudadanía.

En España, según el mismo DESI, los servicios digitales públicos para la ciudadanía obtienen una puntuación de 86,19 sobre 100. Por encima de la media europea y el séptimo mejor de los veintiocho.

Además, se usan: el 84% de los usuarios de internet de España había recurrido en el último año a algún trámite de gobierno electrónico. Una buena señal.

La duda es cómo son esos trámites; cómo es realmente la experiencia ciudadana. El último informe de ¿Habla claro la Administración?, de Prodigioso Volcán (2023), pone el foco justo en los ayuntamientos, la administración más cercana a la ciudadanía. En términos generales, el 73% de los ayuntamientos españoles analizados no son claros. El principal motivo es el lenguaje (un 48%), pero también presentan problemas de usabilidad (44,2%), accesibilidad (34,6%) y diseño (29%).

No necesariamente es el resultado de una intención malévola; sino simplemente un episodio más en una serie de años de digitalización desigual y en muchas ocasiones a trompicones. Curiosamente — y preocupante — , ningún ayuntamiento de los 50 analizados alcanza buenos resultados en usabilidad. Ninguno. Una intervención muy dirigida pero eficaz sería incorporar la fecha de actualización de los contenidos — menos de un 10% de la muestra lo hace — .

En un momento en el que el estándar de relación digital lo lideran plataformas de consumo propiedad de grandes tecnológicas, lograr que la experiencia de otras organizaciones como la administración se asemeje, es un debe. Con la conceptualización y diseño de mejoras interfaces ciudadanas. Eso es Comunicación Clara.

Alfabetización ‘auténticamente’ digital

Este cambio de marcha en los esfuerzos de digitalización también recoge el tránsito desde el diferenciarse por diferenciarse (más nuevo, más llamativo) a la búsqueda de acercar las soluciones a quien las necesita. Una cuestión de diseño, pero también de replantear nuestra manera de llegar a los productos finales. Ya no frente a la pantalla, creando, sino en la propia compresión de los problemas. Menos solucionismo, más empatía.

Se trata de apostar por una digitalización universal, ciudadana y clara. Superar los enfoques estrictamente funcionales de la alfabetización y defender una visión más transversal, más fluida, del aprendizaje sobre tecnología, digitalización y, especialmente, inteligencia artificial. Que tienda puentes y suture heridas; que aporte los mimbres para un rol más activo de las personas — ciudadanas, clientes… — en la configuración de nuestro entorno digital.

Lo mismo que explicar las narrativas detrás de esos avances. El profesor de la Universidad Carlos III de Madrid Raúl Magallón, en una reflexión publicada en Telos 122 sobre la desinformación y sus mecanismos, apunta a que “la alfabetización digital y algorítmica ha de explicar también ese tipo de relatos [de innovación], así como su influencia en la esfera pública digital”, especialmente “para entender escenarios de complejidad creciente”.

Comunicación para comprender, explicar y reunir

De ahí la importancia de salir de los circuitos habituales; para comprobar que más experiencia y conocimiento digital se ha transformado también en un mayor escepticismo y desconfianza de muchas de las promesas digitales. Hasta cansancio. Del futuro. Muchas veces, simple desconexión.

La idea de internet como un océano abierto y libre por explorar hace años que ha retrocedido. Con el dominio de las plataformas, empezamos a surcar mares. Algunos conectados, otros revueltos y otros calmados, pero en general más y más cerrados. Ahora se dirime una nueva batalla por decidir cuál será la nueva puerta de acceso al entramado digital; una entrada incluso más pequeña. Personalmente, creo en las oportunidades de la inteligencia artificial. Sobre todo, en las que su beneficio menos tiene que ver con únicamente la tecnología en sí. Pero que más reales serán cuantas más personas se beneficien. ¿Fácil? Para nada. Nos toca hacernos cargo y dilucidar cómo, especialmente en este tiempo bisagra que vivimos.

Necesitamos marcos de debate más amplios. Elevar y transversalizar la conversación. Seguramente no podamos reunir a una gran diversidad de personas en el territorio de la programación, pero sí en el de la comunicación. Cualquier punto de contacto entre una organización — empresa, administración o tercer sector — y las personas tiene un componente de comunicación; sea cual sea su forma o canal.

Y eso también es una manera de comprender y llevar a cabo los procesos de digitalización e innovación de los que formamos parte. Porque hablamos de innovación, pero nos referimos a transformación social y compromiso con el progreso. Un mundo más digital debería ser un mundo mejor. Para el mayor número de personas posible; no unas pocas. Tarea de hoy, no del futuro.

Descarga el informe “Tendencias digitales 2024 para el crecimiento de la pyme”, aquí.

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